miércoles, 29 de junio de 2011

De abducidos y bailes marcianos

“¡Cabello negro, ojos azules y tez blanca! Qué hombre tan extraño y sin embargo… bien parecido”, dice la Señora K a su marido cuando le relata un sueño loco, el de un hombre gigante (de 1.80 m) que baja de un aparato plateado para saludarla. La obra es Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury, escrita en 1946, un libro maestro que rebasa las pretensiones de la ciencia ficción, pues más allá de imaginar la vida en el planeta rojo, nos plantea escenarios de soledad, de la retorcida locura que provoca la confusión al no saber dónde se está parado.
Si un contacto temprano con el mundo marciano me hubiera ocurrido con la literatura, o mejor aún, con la ciencia, habría asimilado de forma inteligente la existencia de ese planeta vecino, separado apenas por 90 millones de kilómetros, según los viajeros del libro citado. Pero no, ese contacto con lo extraterrestre me ocurrió a partir de una coreografía en segundo de primaria, de una escuela llamada Pedro Loredo Ortega, ubicada en el Pedregal de San Nicolás, D.F. Era la primavera del 84 cuando el estricto profesor Abdón dio la orden: “En quince días es el festival del Día de las Madres, así que la maestra Judith ha preparado un baile en el que todos deben de participar”.

Llegada la fecha y bajo un atuendo de lo más ridículo (los ojos del marciano en mi abdomen y en mi cabeza una caja de cartón) traté de seguir los movimientos que había marcado la profesora de Educación Artística, pero mis problemas de coordinación motriz me hacían lucir torpe, disparejo con el resto del grupo. Busqué el rostro de mi madre para saber el tamaño de mi ridículo, pero fue una mala ocurrencia, porque una madre siempre verá a su hijo como el más lindo, el más simpático de todos. A sabiendas de mi mala actuación, desee con todas mis fuerzas que me tragara la tierra, y hubiera deseado que una nave marciana me abdujera, pero cómo carajos iba a saberme esa palabra en segundo de primaria, ¿cómo?
Siguiendo con la obra de Bradbury (también guionista de Moby Dick) es de llamar la atención la forma en que plantea una posible abducción. Sucede en los sueños de la referida señora K, quien es seducida por extraños seres venidos de la Tierra para después treparla a una nave plateada y darle un paseo por territorios completamente desconocidos. El encuentro entre dos civilizaciones distantes y distintas suele tomar formas más bien violentas en la imaginación de los escritores y hasta de los testigos reales de las abducciones. Dos de ellos surgieron hacia la segunda mitad del siglo XX (más o menos en las fechas de Crónicas Marcianas y otras obras de ciencia ficción) para provocar desde entonces toda una ola de supuestos testimonios documentados que garantizan la existencia de malévolos marcianos quienes no se conforman con examinar a los “levantados” (permítanme la narco-expresión), sino que ya en esas se pasan de abusados y hasta le dan violín a las víctimas.
Uno de esos secuestros exprés ocurrió en el Brasil de Lula pero en 1957, cuando el agricultor Antonio Villas Boas vio cómo una estrella roja se acercó a su cultivo para luego toparse con un humanoide que lo llevaría hasta una nave en donde se le sacó un poco de sangre y quién sabe qué más cosas de su cuerpo, mismo que posteriormente sería repasado por una mujerzuela de la vida galante marciana. Tan sólo cuatro años después sucedería un segundo caso, ahora en New Hampshire, Estados Unidos. Le pasó al matrimonio formado por Betty y Barney Hill, quienes conducían hacia Quebec cuando una nave extraterrestre se les atravesó en su camino. Según confesaron a los militares, hubo un tiempo perdido en el que no recuerdan nada, pero lo que sí vieron es cómo el vestido de la señora estaba desgarrado, prueba irrefutable para deducir una violación a cargo de esos humanoides.
Como sea, escapar de la Tierra y buscar vida en otros planetas se convirtió en una obsesión que ha pasado de la simple literatura a la vida real, por más que las evidencias de la NASA dejan en claro que en Marte no hay nada como para pasarla bien. Esa terquedad del ser humano por escapar de la realidad a pesar de la incertidumbre la refleja muy bien Bradbury cuando en un lejanísimo marzo del año 2000, un tal Pritchard berrea al negársele ir a Marte: “¡No me dejen en este mundo terrible! ¡Quiero irme! ¡Va a haber una guerra atómica! ¡No me dejen en la Tierra!”
El planteamiento de un mundo devastado no fue, finalmente, tan errado. Si bien no se dio una guerra nuclear como tal a los inicios del nuevo siglo, sabemos que las naciones más poderosas poseen un armamento para hacer volar lo que sea, y que, por otra parte, los efectos de la depredación natural pronostican un planeta inviable para ser habitado en un futuro no muy lejano.  En ese tenor, o mejor dicho, en ese temor, los más asustadizos ya exigen un presupuesto de la ONU ante el inminente contacto con otras civilizaciones. Un artículo publicado por la revista inglesa Philosophical Transactions a inicios de este año asegura que los gobiernos del mundo deben estar listos para el inevitable encuentro con una civilización extraterrestre “que podría ser violenta”. A estos profetas del apocalipsis interplanetario habrá que recomendarles el pasaje Aunque siga brillando la luna de las crónicas bradburyanas, donde dos terrícolas comprueban con desolación que las ciudades marcianas han sido extinguidas en su totalidad: “La varicela atacó a los marcianos como nunca ha atacado a los terrestres. Supongo que tenían otro metabolismo. Los quemó hasta ennegrecerlos, y los secó hasta transformarlos en copos quebradizos”.
Siempre imaginamos guerras entre seres vivos y sin embargo son enfermedades enviadas por algún perverso dios las que contribuyen a disminuir la densidad de las poblaciones. En el México de hoy los narcos compran armas a diestra y siniestra principalmente en los Estados Unidos, las utilizan para exterminar a sus rivales de cartel y sin embargo jamás acabarán con ellos, como tampoco el gobierno exterminará al conjunto de malosos. Para arrasar con la humanidad basta con inundaciones, plagas u olas de aire radioactivo. Cuando eso suceda, buenos y malos desearán que una nave plateada los secuestre, y si sus tripulantes quieren tener sexo desenfrenado, ya será lo de menos.

 *Texto incluido en el más reciente número de la revista Generación

1 comentario:

Gabriela dijo...

Hoyga ya lo leí.