domingo, 14 de junio de 2009

Decálogo


1. Un tipo con honor jamás se reúne con la mujer que ama tan solo para conversar.
2. A un hombre con honor no debe de importarle lo que haga o deje de hacer esa mujer que no quiso su amor.
3. Un hombre con honor nunca ha de dirigirle la palabra a aquellos quienes estuvieron o están interesados en esa mujer que (aún) lo perturba.
4. Un hombre con honor debe ser firme y no caer jamás en sentimentalismos ni bondades para con esa hembra.
5. Un hombre con honor ha de cambiar los viejos halagos por nuevos insultos.
6. Un hombre con honor ha de buscar al imbécil ese para partirle la cara. Esté donde esté.
7. Un hombre con honor no puede renunciar a estar borracho; sólo así podrá justificar su deshonroso comportamiento.
8. Un hombre con honor debe poner por lo menos un océano de distancia para evitar las tentaciones.
9. Un hombre con honor debe voltear a ver a todas; una de ellas ha de ser el clavo que le salvará la vida.
10. Un hombre con honor jamás se pone a escribir decálogos; simplemente actúa. Quien lo haga, es un pobre diablo.

domingo, 7 de junio de 2009

Chelís, chinga tu madre


No es que le tenga mala leche a los poblanos, pero por algunas circunstancias siempre me han parecido gente vulgar, corriente y sobre todo fea. Si tengo algún pariente o amigo que sea de ese estado o viva ahí es cosa que me importa un pito. Punto.


Ok. No hagan caso a lo anterior, es tan sólo un intento por iniciar esta columna de manera violenta y provocadora, pero ya nada es violento ni mucho menos provocador en estos tiempos de cinismo y podredumbre. Y para podredumbre no hay mejor ejemplo que el entrenador del Puebla, José Luis Sánchez Solá, mejor conocido como El Chelis. Si no les gusta el futbol ni la política sugiero que abandonen este post y mejor pierdan su tiempo en ver esas estúpidas animaciones de power point que mandan en los mentados forwards. En fin, regreso al tema central. El famoso Chelís era un auténtico don nadie hasta que de pronto apareció en el medio pambolero como entrenador del recién ascendido equipo del Puebla, y en medio de una guerra entre los dueños, él se apartó y supo armar un equipo competitivo a pesar de contar con puros jugadores en desgracia, algunos incluso regresando de su retiro.


No voy a perder el tiempo en relatar cómo los camoteros lograron salvarse de descender porque seguro ya todo mundo lo sabe. Rompieron los pronósticos y le dieron un poco de vida a una liga aburrida y muy mal jugada. Al igual que los Indios de la violentísima Ciudad Juárez, el Puebla logró congregar a las masas a su favor, esas que siempre están con el débil que sale avante de las adversidades. Los camoteros, de la mano del Chelís, lograron lo impensable, porque además de no descender, se calificaron a la liguilla y estuvieron a unos minutos de ser finalistas.


¿Es éste un blog deportivo? No, carajo, sigan leyendo para entender mi mensaje, por favor. Una vez que el Puebla quedó eliminado del torneo, la escuadra regresó a su ciudad para ser recibida por miles de fanáticos que hicieron un jolgorio parecido al de Barcelona luego de lograr la liga y la champions (…) Las porras para cada jugador no cesaron, pero la figura central, el héroe de la película, papá, era el Chelís. ¿Verdad que ya saben por dónde va la cosa? Pues ese Chelís, cuya calva fue estampada en miles de playeras, apenas terminó de abrazar a sus jugadores cuando aseguró que el equipo necesitaba más apoyos, “como es el que nos brinda nuestro señor gobernador”. ¡Con un carajo!, el funcionario referido es nada menos que Mario Marín, el gober precioso, el mismo que fue grabado en una conversación vergonzosa, una plática que lo dejó en evidencia, que lo desenmascaró como cómplice de una red de prostitución infantil.


A ese delincuente el Chelis le declaró su reconocimiento: “Yo hago lo que el gobernador me mande”, dijo, y enseguida protagonizó los spots para el PRI, su partido. ¿A qué se refiere cuando dice que hace lo que mande el gobernador? ¿Si lo manda por unas niñas, irá por ellas? ¿Si lo pone a videograbarlas, lo hará? ¿Si lo pone a promocionar los pantalones que fabrica Kamel Nacif, el industrial-pornógrafo, obedecerá sin respingos?


Habría que preguntarse cuántas de esas personas que salieron a festejar el salvamento del Puebla hicieron lo propio para exigir la renuncia del cínico Marín, quien por cierto es muy amigo de Calderón, que en campaña juró hacerlo a un lado. Vaya país de bárbaros.
Bah, ya me cansé de escribir. No sé porque tantos argumentos para justificar algo muy sencillo de decir.

Chelis, vas y chingas a tu madre, tú y todos esos BICHOS poblanos con los que te juntas.


martes, 21 de abril de 2009

Manifiesto











"La amistad sólo resulta interesante y profunda en la juventud. Es evidente que con la edad lo que más se teme es que nuestros amigos nos sobrevivan”. Lo dijo Ciorán, mi pesimista de cabecera a quien siempre debo creerle. Pensar en el retiro es algo que ronda mi cabeza, a la cual, sospechosa y prematuramente le empiezan a nacer algunas canas.

No había escrito nada en esta marranada de blog justo desde que me largué de vacaciones con mis amigos a la playa. Nos fuimos a acampar, como si se tratara de mocosos en busca de la aventura extrema, pero, ¡carajo!, ya no estamos para eso.
Quienes emprendimos la ruta a Maruata tenemos trabajos un tanto miserables que sin embargo alcanzarían para comprar uno de esos paquetes turísticos que incluyen hospedaje y comida decente; sin embargo, la cúpula de adolescentes tardíos optamos por dormir resguardados por casas de campaña, comimos la peor basura que tenga memoria, bebimos el asqueroso bacacho que tantas vomitadas me provoca y lo peor es que mojamos nuestros cuerpos desnudos con líquidos reciclados de dudosísima procedencia. (Bueno, lo peor, en realidad, fue que los seis condones que cargaba en mi maleta regresaron intactos; otra vez: ¡carajo!).

Si alguien cree que estoy exagerando en mi análisis, tan sólo mire las fotos que acompañan a este manifiesto del hartazgo. Ese del suéter moradito es Salvador; aprovechó que una amiga salió a comprar más cerveza para hurtarle su prenda; bailaba de forma absurda y encima se acercaba para decirnos: “Mira, huele bien bonito, a mujer”. Lo hizo tantas veces que quise golpearlo, pero cómo lo iba a hacer si es Chavita, el Chava Rock. El que está tirado en el sillón, con el torso descubierto, responde al nombre de Luis. Suele quitarse su ramera cuando la música llega al máximo nivel, baila de todo y al final, siempre, termina tirado, semidesnudo y con una cuba en la mano.

Qué decir de Erick, el pístico, a quien el exceso de alcohol lo vuelve ídolo del pancracio y streaper; este show nudista en la playa lo dice todo; no hay más que agregar. El de la peluca de Paulina Rubio es Gil (Luis intenta besarlo y Salvador, disfrazado de conejita, mira al fondo). Ni hablar de René, caracterizado como esos engendros de Piratas del Caribe… sin palabras. Y el Maicol… el treintón del Maicol y sus actitudes de quinceañero. (ver cuento de “El Canelo" más abajo)
Lo siento amigos míos, pero me declaro incompetente para seguirme prestando a estas fiestas donde sólo hacemos el inmenso ridículo. Basta de rocanrol, basta de cumbias electrónicas. No más Hot Chip, no más Kinky ni Interpol. Llegó la hora de Stravinsky, de Williams, de Bizet, de Rossini, de Mendelssohn, de Sibelius, de Mahler.
Si aún me aprecian los espero en la terraza de un lugar elegante. Estará ahí, escuchando el Concierto para violín y orquesta No. 1 en sol menor, Op. 26 de Max Bruch, con un vino caro y una mujer madura.

lunes, 2 de marzo de 2009

Bailazo de inauguración


I
Quienes vienen por primera vez a Urameo suelen llevarse la impresión de que este pueblo es bonito, agradable, colorido, festivo. Pero la verdad es otra. Aquí el turista llega durante la Feria del Capulín, una fiesta tradicional por excelencia, o el 28 de agosto, que es cuando celebramos al patrón San Agustín, cuya orden de feligreses encabezaron en el siglo XVI la construcción de nuestro templo, una verdadera joya colonial, como dice el profesor Cliserio cada vez que alguna persona importante arriba a esta comunidad ubicada en la cima de la montaña. Fuera de esas dos fechas los uramenses permanecemos en la sombra, en el aburrimiento total. Mi hermano mayor me confió esto: “Dicen que cuando uno muere ve pasar toda su vida en pocos segundos; de ser cierto, nosotros sólo veríamos el tractor de don Ángel que a diario pasa frente a la casa mientras desgranamos el mais”.


La Feria del Capulín inició en 1977 y desde entonces es el motivo para que todos salgamos por la noche para disfrutar de los juegos mecánicos. Es también la única oportunidad para cenar hot cakes, elotes con mayonesa o tacos al pastor, pues por alguna razón a nadie se le ha ocurrido ofrecer tales platillos durante el resto del año. Claro está que los futbolitos, el tiro sport y los carritos chocones nos vuelven locos a niños y grandes, a hombres y mujeres por igual. Otro atractivo es la elección de la Reina del Capulín, pues la muchacha será la encargada de recibir a los invitados especiales, esos que por una vez en 365 días se acuerdan de que existimos. Aún recordamos con alegría aquella primera vez en que un gobernador se paró en Urameo; fue el ingeniero Cadenas, que siempre le ha tenido cariño a esta tierra, y eso que ni nació por aquí. Entre vítores y confeti, el ingeniero prometió que haría lo necesario para instalar una procesadora de fruta y generar el progreso de la región. Todos le aplaudimos e incluso el profesor Cliserio alzó su voz para gritar: “¡Que viva nuestro gobernador Cadenas!”, y todos lo secundamos.

Esto de la elección de la Reina del Capulín también tiene su historia, pues hay familias que por tradición postulan a la adolescente en turno y la convierten en la emperatriz del año, les cueste lo que les cueste. Por ejemplo, doña Gloria (a quien le apodan la Nube Gris) ha invertido una fortuna para que toda su descendencia femenina obtenga tal distinción, y es que el sistema de elección funciona así: la ganadora es quien más votos recibe, pero el voto cuesta. De esta forma, la familia de la candidata puede comprar los boletos que pueda, meterlos a la urna y esperar a que las dos contrincantes no sean tan simpáticas y hermosas como para provocar que todo el pueblo les dé su voto. Total que bajo esta modalidad tan poco democrática, la Nube Gris hoy presume las coronas que le han colocado a casi todas sus hijas: Yeverina, Juana, Carmela, Rafaela, Tomasa y Gloria.

Sí, dije “casi”, porque sólo en una ocasión el prestigio de la familia Chávez Cerdo, la familia de la Nube, se ha visto empañado con la derrota. Ese año quedará marcado no sólo por tal excepción, sino porque fue la primera vez en que un grupo importante y famoso engalanó el baile de apertura de la Feria del Capulín. Nadie lo podía creer cuando Ponciano pintaba las bardas de la calle Cantarranas:

“Sensacional bailazo de inauguración, por primera vez en Urameo el internacional grupo Los Yonic´s, tocando todos sus éxitos”.

Hasta esa fecha lo mejor que habíamos visto era un conjunto de Queréndaro llamado Corazón Joven, cuya vocalista cantaba muy parecido a Maricela, aquella que era amante del Buki. El grupo tuvo tanto éxito que repitió su presencia por cinco años consecutivos, hasta que la muchacha quedó embarazada del baterista, lo que los obligó a olvidarse de la música y emigrar al otro lado. Entonces pues, la llegada de los Yonic´s era un verdadero acontecimiento y no faltó quien dijo que era falso, y que a la mera hora pondrían a otro conjunto en su lugar. Para no dejar dudas, el presidente de la Feria (Chilo, el tortillero) recorría en su coche las calles sintonizando Radio Tropical, y en la bocina se escuchaba el anuncio una y otra vez:


“Sensacional bailazo, luego de su gira por Latinoamérica llega a Urameo el internacional grupo Loooooos Yooooonic´s”.

II
La mesa de recepción abrió a las diez de la mañana, pero desde antes la Nube Gris y una gran comitiva ya hacían fila para depositar en las casillas (unas cajas de jabón Roma) los votos recolectados para Maricela, la última de la dinastía, la única que faltaba en ser coronada. Aparentemente la misión no era tan complicada si tomamos en cuenta quiénes eran las rivales: por un lado estaba Cecilia, la hija del Picochulo; su mayor virtud era haberse acostado con medio alumnado del Bachilleres, pero más bien eso le restaba la simpatía de las madres de familia, quienes celosas de sus vástagos, la tachaban como una ramera sinvergüenza. En tanto, la tercera en discordia respondía al nombre de Angelina, simpática güera nacida en Ojo de Agua de Bucio, uno de los pequeños ranchos que circundan Urameo. Sus ojos verdes y un cabello que llegaba más allá de la cintura, sumados a una sonrisa tierna, inocente, sin duda eran factor importante, aunque no suficiente para derrotar a la maquinaria financiera de la familia Chávez Cerdo. Sobra decir que Angelina era la única hija de Domitilo, el anciano que todos los días bajaba en burro para vender leña; un hombre pobre, más pobre que la tierra seca de su rancho.

Así, mientras niños, mujeres y abuelos dejaban su voto en las cajas de jabón, de pronto llegó corriendo Pepe el loco, agitado, con sudor en la frente y los ojos irritados: “¡Ya llegó el camión de Los Yonic´s; vamos a verlos!” No terminaba de hablar cuando la muchedumbre salió despavorida hacia la bodega de mi tío Ramón, que en épocas festivas deja de ser una simple bodega para convertirse en el flamante Salón Aguilar.


Los berrinches de doña Gloria fueron inútiles, pues ninguno de los muchachos y muchachas la obedecieron cuando les ordenó que primero votaran por la Maricelita y luego fueran a donde les diera la gana. Lo peor del chisme es que cada elector traía en sus manos al menos veinte boletos pagados por la señora, cuyos estrafalarios cabellos se disparaban de puro coraje. Pero más se enojó cuando de repente vio venir a una andanada de campesinos cuyos rostros eran poco conocidos en el pueblo. Ellos, sus esposas y sus hijos bajaban de camionetas, burros y caballos para brindarle un voto a la Angelina, pues tampoco iban a dejar que la barrieran así como así.

III

Chilo, el tortillero, fue quien tomó el micrófono para anunciar los resultados, para ponerle la corona a la nueva Reina del Capulín. Las tres muchachas se tomaron de la mano: Maricelita lucía segura, sonreía con cierta altanería. Cecilia le cerraba el ojo a todos, pues su atrevido escote dejaba poco a la imaginación. Y Angelina mostraba una cara como de jitomate, pues era la primera vez que se paraba enfrente de tantas personas.

―Estimados vecinos de Urameo, señor presidente municipal de Zináparo, presbítero Heberto de las Flores: es un honor para mí, como presidente de la Feria del Capulín, revelar quién es nuestra nueva emperatriz…

(En ese momento el mariachi Ayer y Hoy se alistaba para hacer sonar las fanfarrias).

―De acuerdo al cómputo final (es decir, a lo que arrojaban las sumas de una calculadora de bolsillo) la nueva embajadora de este pueblo es nada más y nada menos que la señorita Angelina López Téllez. ¡Un aplauso para nuestra nueva reina!

(Y en ese momento el mariachi Ayer y Hoy hizo sonar las fanfarrias).

Más de la mitad de los presentes estalló en júbilo, pues nadie daba crédito a que la hija del leñador sería quien destronaba el imperio de la Nube Gris, quien por cierto exigió un recuento de los votos, algo nada ajeno a ella, pues era sabido su militancia en el Partido Revolucionario de la Democracia. Pero Chilo se negó, dando como argumento “un estallido social, un derramamiento de sangre por parte de esta bola de salvajes”, en referencia a los vecinos de Ojo de Agua de Bucio. (Chilo militaba en el Partido Nacional Accionario).

IV

El Salón Aguilar fue insuficiente para la masa que deseaba bailar con las canciones románticas de Los Yonic´s. Muchos quedaron fuera y se conformaron con escuchar desde la calle melodías como Adiós cariño mío, Falsas promesas y Es mi amor secreto. Adentro, en el centro de la pista, la reina Angelina bailaba cadenciosamente con Piolín, el hijo menor del profesor Cliserio. Ambos se veían muy a gusto, disfrutando la noche, su noche. Maricelita decidió quedarse en casa, seguramente sollozando por la derrota, y de Cecilia no se supo mucho, sólo que se salió a mitad del baile y tomó un rumbo desconocido a bordo de la camioneta roja de Fermín, el hijo de mi tío Ramón.

Las cosas iban muy bien, el primer grupo internacional que llegaba a Urameo nos tenía felices, pero como decía mi tía Lupe, en paz descanse, “no todos los días se muere un burro”. En medio de la muchedumbre un poblador de Ojo de Agua de Bucio, al parecer pretendiente de la Angelina, que le rompe la cara al pobre de Piolín. Su delgado cuerpo aun no tocaba el suelo cuando se armó tremendo alboroto. Los uramenses se lanzaron contra los bucios: volaron sillas, mesas, botellas de cerveza y de refresco. Una batalla campal que nadie pudo parar, ni siquiera el vocalista de Los Yonic´s quien invitaba a la calma: “Sí cómo no, pues qué pasó por ahí, vamos a seguir disfrutando de este bonito baile… sí como no, yo creo que hay que calmarnos…” Pero no terminó de hablar porque un botellazo de Victoria le estalló en plena frente, por lo que el resto de la agrupación huyó despavorida para esquivar los proyectiles.
Preocupado por la situación, Chilo el tortillero intentó llamar a las fuerzas del orden, pero los policías que mandó el municipio ya estaban tan borrachos que nada pudieron hacer.

Angelina, por su parte, supo esquivar los golpes y los botellazos. Dicen que muy campante salió por la puerta principal de la mano de Mayo, el hermano de Maricela, el hijo de la Nube Gris. El muy cínico se la llevó a su casa, la metió al cuarto y la despojó de toda su virginidad. Dicen que mientras ella gemía de placer, la Maricelita, en el cuarto de al lado, no dejaba de llorar, pues había deshonrado el prestigio de los Chávez Cerdo.

lunes, 9 de febrero de 2009

Jorge Reyes, in memoriam


El alcohol, el futbol y un poco de hueva se cruzaron en mi camino este fin de semana. Así que hoy lunes, revisando la prensa en línea, descubro un hecho lamentable: el sábado murió Jorge Reyes, el etno-músico nacido en Uruapan allá por 1952. La primera vez que supe de él fue por un viejo casete que alguien me regaló; la cinta magnética estaba llena de un viaje pacheco por las órbitas de nuestros antepasados.


Luego un amigo me contó que lo había visto tocar en Pátzcuaro, un 2 de noviembre, y que la experiencia le había resultado aterradoramente brillante. Poco a poco fui consiguiendo más música de Reyes y también supe que inició como rockero en Chac Mool, una banda de progresivo, o algo así.

La primera vez que lo vi en vivo fue en el Teatro Morelos, de Morelia, a donde llegó con todo su ritual, incluyendo velas, inciensos y desde luego una serie de instrumentos sonoros prehispánicos que sólo él sabía armonizar. Tuve la suerte que al término del concierto me regalara unos minutos para entrevistarlo. Entre otras cosas me dijo que Chac Mool había terminado por aburrirle, y que el rock le parecía una cosa superficial, una pose. Yo no estaba muy de acuerdo, pero si lo decía él, había que concederle cierta razón.

Con el tiempo la figura de Jorge Reyes fue creciendo, con producciones independientes, comprometidas con el tributo a las culturas milenarias. Verlo tocar resultaba siempre alentador, pues a diferencia de alguna banda comercial, lo de este compadre era siempre distinto, un nuevo ritual.

La última vez que lo vi fue en Acapulco, al año pasado. Junto a sus músicos inauguró el Festival de Cine de ese puerto, llenando de humo y vientos musicales la terraza de un elegante edificio. Pero no fue precisamente una noche armoniosa, pues el sonido era de pésima calidad, lo que lo enfureció al grado tal de liarse a gritos con uno de los organizadores.

Días después volví a topármelo, esta vez en una discoteca acapulqueña de lo más fresa. Llegué con César, compañero de trabajo que de inmediato notó algo peculiar en la pista de baile: “Mira, cabrón, ¿no es ése güey el padrecito de TV Azteca?”. Se refería a un sacerdote que suele aparecer en distintos programas de dicha televisora dando consejos para que las familias se vayan al cielo. Sin la sotana y sin tapujos, al sacerdote se dejaba abrazar por distintas chicas mientras el dj le subía a las rolas de reggaetón; se conjugaba con ellas para dibujar coreografías mamonsísimas, bien candentes. La escena nos contagió hasta el punto de buscarlo y pedirle que se dejara tomar una foto con nosotros. Accedió de lo más amable, y no le importó que César y yo presumiéramos ante la cámara nuestras cervezas. Queríamos demostrar que estábamos bebiendo con el famoso padrecito, que en honor a la verdad, echaba mucho desmadre, pero nunca lo vimos chupando o pasándose de lanza con alguna nena al estilo del fallecido Marcial Maciel.

Si la noche era un poco bizarra, más tarde se pondría peor. De pronto a la bulla creada por el representante de Dios se unía ni más ni menos que el mismísimo Jorge Reyes. Así es, el músico que le canta a los dioses aztecas ahora bailaba, desenfrenado, esa canción de Chayán cuyo coro dice: “Fieeeeesssta/ en Ameeeerica” Me quedé absorto, mi ingenuidad suponía que este tipo de personalidades jamás sucumbían ante las fiestas fresas y sin propuesta. Nada más erróneo. Don Jorge bailaba con su mujer y también levantaba los brazos y cantaba a todo pulmón la rola de Luis Miguel que dice: “No culpes a la noooooche/no culpes a la plaaaaya/ no culpes a la lluuuuvia/¿será que no me amas?”

A la mañana siguiente supuse que todo había sido un extraño sueño, pero César reafirmaba lo acontecido. Jorge Reyes, el enviado de los dioses prehispánicos, también le entraba al pop y al reggaetón. Era un mortal más, como cualquiera de nosotros.
Descanse en paz.

domingo, 11 de enero de 2009

Camila

Para qué mentir. Mi primera noche con Camila fue tan rápida como un misil sobre los países mediterráneos. Apenas la tuve de frente, sus ojos mirándome traviesamente, sus muslos desnudos dejando acariciarse por mis manos, y fue suficiente para que no contuviera la explosión de mi erecta espada. Camila es la mujer más hermosa que he visto desde que tengo conciencia, carajo.
Cuando llegó a la fiesta, en compañía de dos cuerpos femeninos que no merecen ser recordados, se olfateó en el ambiente una lucha para saber quién de los ahí presentes se quedaría con el tremendo ejemplar. Yo me descarté de inmediato, pues una hembra como Camila, con esos hombros tan redondos y esa cintura tan espectacular, jamás se fijaría en un tipo que no tiene nada, ni siquiera una buena conversación. Cuando en una fiesta aparecen mujeres como ésta suelo alejarme lo más posible, tal vez para que desde un oscuro rincón pueda observarla en toda su intensidad, disfrutar cómo algún arrojado la conquista, la seduce y se la lleva a la cama. Entonces es mi turno para entrar al baño y poseerla con la imaginación.
Aburrido, me refugié en la cocina buscando un poco de hielo para mi vodka, y en esas andaba cuando la reina de la noche apareció ante mi ya extraviada mirada. Su blusa era delgada, como ella misma, y había en ese ropaje un detalle color miel que le combinaba con sus ojos. El pantalón de mezclilla se ajustaba en unas piernas espectaculares, y las curiosas sandalias color vino dejaban ver unos pies confeccionados por Nuestro Señor antes de que las espinas entraran a la cabeza de su hijo.
―¿Y tú cómo te llamas, por qué estás tan apartado?
―Me intimidan las mujeres bellas como tú, por eso estoy tan apartado. ¿Sabes qué hora es?
Estaba dispuesto a irme a casa, borrar de mi mente la estúpida respuesta y hacer como que nada había pasado. Siempre funciona. Pero sin contemplarlo siquiera, ya estaba con Camila en el balcón, platicando de un montón de cosas, haciendo promesas de prestarnos libros y discos la próxima vez que nos viéramos. De reojo, observaba las miradas envidiosas de quienes se dicen mis mejores amigos. ¿Por qué no se conforman con masturbarse cuando pierden? Uno de ellos, Luis, intentó meterse a la plática presumiendo que ya tenía boletos para el concierto de Radiohead, y que incluso poseía uno de sobra para lo que se ofreciera. La estrategia falló, pues Camila no agregó nada al respecto y me pidió que la acompañara a la calle para buscar cigarros.
―Yo tengo, no es necesario que salgas a esta hora―, jodía Luis.
―Gracias, pero necesito mentolados y también un poco de aire fresco.
Pasaron varios minutos para regresar al departamento. Ya en la calle, Camila me confesó que ni siquiera fumaba, pero que de alguna manera teníamos que zafarnos de ese mi amigo raro de los lentes.
―¿Y entonces, paquito, cómo así que te intimidan las mujeres bellas?
―La culpa es de una tal Maribel, me dio clases en preescolar y me enamoré de ella. Cuando se lo confesé, se echó a reír y me dijo que en cuanto me supiera abrochar solo los zapatos y dejara de orinarme en la cama podríamos charlar al respecto. Desde ese día le temo a las mujeres hermosas, como tú, Camila.
―¿Y aún te orinas en la cama?
No hubo respuesta, sólo una escandalosa carcajada.
Apenas regresamos a la fiesta y Camila fue directa a la yugular. Acercó sus labios gruesos a mis deforme oreja izquierda y me soltó, sin pudor alguno: “¿Tienes condón, paquito?, si no, te doy tres minutos para conseguirlo, ni uno más, y el reloj ya está avanzando”.
Pensé en pedírselo a cualquiera, pero rápido intuí que su envidia y egolatría se encimaría a una supuesta solidaridad viril. Entré al cuarto del anfitrión y me puse en su lugar. ¿Dónde guardaría yo los condones?
―Encontré tres, cariño―, la seguridad ya estaba de mi lado.
Y como comentaba al principio, apenas la tuve cerca, completamente desnuda, y mi miembro arrojó el segundo escupitajo de la velada, pues ya en el living, con sus manos casi tocando las mías, había originado un leve e imperceptible incidente.
―No mames paquito, ¿eso es todo?, ¿qué vamos a hacer con los otros dos condones?, ¿quieres que le llame al rarito de los lentes?, ¿o los inflamos para prender la fiesta allá afuera?
Tras unos besos ya sin mucho sabor, quedé más dormido que un anciano decrépito. Todo mi ser entró a una inmensa nada, me perdí por completo desperdiciando la oportunidad de mi vida, pues Camila ardía en deseos por ser revolcada.
Y cuando desperté, Camila ya no estaba allí.
(Olviden eso, creo que alguien ya había escrito algo parecido). Otra vez:
Desperté cuando el sol pegaba como boxeador y por supuesto que la hembra más hermosa del rebaño ya se había largado. No pude dejar de recriminar mi patética falta de energía sexual para hacer un trabajo digno de semejante mujerón. ¡Carajo!, mi destino estaba condenado a compañías austeras, ridículas, como esas dos que llegaron con Camila.
Mientras me vestía hice conjeturas. Seguramente fui la burla de todos, y Camila, efectivamente, terminó fornicando con Luis, siempre tan oportuno. Del suelo levanté mi móvil y además de percatarme que ya eran las 10 de la mañana, vi un mensaje sin leer y dos llamadas perdidas.
Eran de Camila
“Te espero el domingo afuera del estadio. 8 am. es hora de hacer deporte y LEVANTAR ese ánimo, paquito. Besos.”
Al principio la idea me conmovió. Después de muchos años era momento de despertar al atleta adormilado por causa de los vicios, y qué mejor que al lado de la princesa Camila.
Llegué un poco tarde, pero mi acompañante no lucía enfadada, sino al contrario, me recibió con un beso en la boca y me dio las primeras indicaciones. Trotaríamos alrededor de la cancha, para aflojar el músculo. Yo sólo miraba su cintura y sus pechos erectos, más firmes que cualquier soldado raso del Ejército.
Fue el inicio de días muy tormentosos. Poco a poco, Camila me fue metiendo a una disciplina militarizada, que incluía clases de yoga, visitas al gimnasio, natación diaria y un régimen alimenticio incorruptible. ¿Por qué se esforzaba en mí? ¿Por qué se empeñaba en transformarme si había tantos otros que tenían lo que ella quería?
Tras un par de meses de estar alejado de las cantinas y mis amigos, decidí abandonar a Camila, la mujer de mis sueños. Es cierto que gracias al ejercicio logré mejorar mi desempeño sexual, que incluso tres condones eran insuficientes para nuestros revolcones, pero, ahora lo sé, nada se compara a la frágil caída de un buen ron en la garganta, a la firmeza de la coca que quita cualquier borrachera pidiendo a cambio tan sólo unos milímetros de mis fosas nasales.
Ya habrá otra vida para el ejercicio.

martes, 6 de enero de 2009

Faltas a la moral

Hace no mucho que me encontré en la red a Diana, amiga que llevo algún tiempo de conocer: inteligente, agradable, de fiar, aunque de ideas que a menudo no comparto. Esa postura política, de tendencia izquierdosa, la suele manifestar cada que entra al messenger, poniendo frasesitas como “El pueblo no olvida” o “No están solos compañeros”. La última vez que por ahí la vi, hacía referencia a un concierto de Manu Chao al que, supongo, fue: “Pase lo que pase, venga lo que venga… última estación, esperanza”. ¡Bah!, tanto panfleto me pone mal.
En fin, decía que hace no mucho la topé e inesperadamente entabló una conversación conmigo. Irritada, me contó cómo unos policías habían abusado de su autoridad, cómo habían agarrado a madrazos a unos pobres chavos durante el concierto de Maldita Vecindad. “Pues algo habrán hecho”, le solté, y su respuesta fue un par de signos de interrogación. Recordando su ideología, preferí rectificar para no meterme en una absurda discusión, así que mejor le pregunté qué había pasado, aunque en el fondo me valía madres. La versión de Diana, quien asegura haber visto todo, es que un par de chamacos andaban bailando slam y en una de esas se llevaron de corbata a otra joven que danzaba más pausadamente a ritmo de Pachuco, esa canción que La Maldita ha tocado hasta el hartazgo. Enseguida el par de uniformados arremetieron a punta de macanazos contra los mocosos, acusándolos de agredir a la escolapia, de cuya nada afilada nariz escurría un espeso hilo de sangre. (Lo de “nada afilada nariz” me gusta imaginarlo, pues Diana no se detuvo en describirme el físico de los involucrados).
“Caray, pues qué lástima, qué le vamos a hacer”, le respondí a mi ciber amiga, en una intentona por concluir con la conversación. “Pues sí hay algo qué hacer”, me dijo (ya valió madre, pensé). En efecto, me propuso que publicáramos una crónica sobre dicho acto de barbarie en la revista que dirijo: “Yo la escribo, ándale, no hay que dejar que los tiras sigan abusando de nuestra juventud, no se vale, estamos en pleno siglo XXI y…” en fin, Diana continuó escribiendo y escribiendo, tanto, que hubiera bastado con copiar y pegar para publicar la crónica que solicitaba. Le inventé que la edición estaba cerrada, que mientras ella y yo conversábamos, los obreros de la imprenta estaban refinando y engrapando el nuevo y muy esperado número de Revés.
Hasta ese día, si bien no idolatraba la figura policiaca, tampoco tenía muchas razones para odiarlos. El “abuso” de autoridad, siempre creí, tiene causas justificadas, sólo que nunca faltan los llorones que quieren sentirse más agredidos que el negro ese de Luther King. Y bueno, como sucede siempre en Internet, la conversación entre Diana y yo terminó así, abruptamente, sin despedida formal alguna.
Todo esto viene a colación por lo que me sucedió después, un hecho donde estuvo inmiscuido un sujeto uniformado, con licencia para matar. Era una cálida tarde de agosto cuando Julia, que entonces era algo así como mi novia o amante (nunca lo supe) me llamó para que saliéramos por ahí a divertirnos. Yo estaba un poco cabreado con ella, pues una noche antes había preferido salir con sus amigos que con su servidor (el de usted, querido lector). Acepté, pues sabía que el remordimiento por haberme bateado la llevaría a complacerme en mis ataques de ansiedad sexosa. Luego de una cerveza en los portales y caminar sin rumbo fijo, nos internamos en esa basura de nombre La Taberna, un bar donde nunca cambia nada: dos bandas tocando al mismo tiempo y una bola de imbéciles celebrando las melodías de siempre.
Ya en el fango, optamos por la parte baja, donde al menos tienen la decencia de cantar una que otra rola vanguardista, así como agregar el sax, un toque diferente a tanta cochinada sonora. Y nada, pasaron un par de horas, bebimos poco y platicamos menos. La cosa no iba tan bien. De pronto, harto de la rutina, tomé violentamente su cuello y la besé. Ella respondió calurosamente, hundiendo su lengua en mi boca. Perfecto, la fiesta ha comenzado, pensé. Ya en esas, subimos para ver qué pasaba arriba. ¿Pero qué iba a pasar? Nada. En medio de la multitud ahora ella dio el primer paso y me besuqueó con candela, así que permanecimos haciendo lo propio durante largos minutos, como si alguien hubiese untado un aditivo en nuestras respectivas papilas caliciformes (¿what?) Luego ella pidió la cuenta, yo pagué e intentamos marcharnos, pero una fuerte tormenta azotaba la zona centro de la colonial Morelia. El faje hubo de continuar mientras amainaba el aguacero, y cuando éste cedió un poco, salimos, de la mano, caminando a prisa hacia el portal Mariano Matamoros.
No sé si a ustedes les ha pasado, pero de pronto este tipo de sensaciones corpóreas son imposibles de revertir. Inútil decir basta; lo animalesco de nuestro ser sale a flote. Julia y yo seguimos besándonos a placer, ahí, a mitad de un portal, a eso de las 2 de la mañana y con una brisa que de pronto arreciaba. No conté los minutos, pero debieron haber sido muchos, más que un primer tiempo en el soccer, seguro. Sé que lo debí hacer desde antes, pero cuando empezaba a maquinar en qué sitio podríamos tocar fondo, una lucecilla alumbró nuestros rostros. Provenía de una lámpara sujetada por, adivinaron, un policía. “¿No les parece que ya se están pasando de la raya?” escupió, para enseguida pedirnos nuestras identificaciones. No es necesario oficial, ya nos vamos, buenas noches, que descanse, dije mientras tomaba la mano de mi novia-amante-amiga (¿qué éramos?)
―Nada de que ya nos vamos ―atajó―, necesito que se identifiquen.
―No, no, no, no, no, no, no ―empezó a tartamudear Julia, como orate― le juro que ya nos vamos oficial, ya ahorita tomamos un taxi, se lo juro.
Pero ni madre, el cabrón policía nos hizo entregarle nuestras id, y no sólo eso, nos trepó a la patrulla amenazándonos de “someternos” si seguíamos alegando.
―Amigo, ya, aliviánate, si no estamos haciendo nada malo, no estamos robando, ni algo parecido, ¿o qué, tú no haces lo mismo con tu morra?
―Yo no soy tu amigo, en primer lugar, y en segundo, me los voy a llevar por faltas a la moral, vamos a ir a la comandancia (chale, así ni se llama, pero eso dijo el culero) y desde ahí le vamos a llamar a la mamá de tu novia (él no sabía que ni mi novia era, ¿o sí lo era?) para informarle los actos en los que su hija fue sorprendida.
―¡¿Cuáles actos?!, ―respondió la susodicha― No exagere, ya, en serio, déjenos ir, vamos a arreglarlo de otra forma, cómo cree que nos va a llevar, ni que fuéramos delincuentes.
Julia me hizo señas, quería terminar con la abrupta e inesperada pesadilla. Entendí a la primera y saqué de mi cartera los últimos 50 pesos que traía, mismos que originalmente estaban destinados al taxi de regreso, si es que Julia rechazaba el plan de ir al cajero y meternos por ahí a hacer porquerías. Abrió sus de por sí grandes ojos, como diciéndome “¿eso es todo, miserable?”. Entre su bolso halló como 120, los juntó con lo mío y de plano se los arrimó al vigía.
―Híjole, me están confundiendo, creo que no fui claro: me los voy a llevar detenidos por faltas a la moral. Así que guárdense su dinero, yo no soy de esos.
No dijo más. Mi novia (…) intentó abrir la puerta de la patrulla, no sé si para correr despavorida, pero ya el guardián del orden había puesto los seguros contra delincuentes, como nosotros. Prendió el auto, corrió una cuadra y viró a la derecha. Julia realmente lucía asustada, mientras que yo, estoico, no sabía qué putas hacer. Luego de 5 minutos de recorrido nocturno se detuvo, ahí por el rumbo de la Merced.
―Miren jóvenes, les voy a decir algo. ¿Saben cuánto tiempo estuve ahí, observando todo lo que hacían? No mamen, hasta fui a dar un rol, pensé que al regresar ya se habrían ido, pero no, ahí seguían, en lo mismo. Ya ni la muelan, orita están asustados, pero, si lo piensan bien, los acabo de salvar de un atraco. Porque de seguro nunca vieron que dos cabrones estaban por ahí, esperando el momento adecuado para asaltarlos y sabrá Dios qué más. Lo bueno es que yo andaba cerca, que si no…
―Pues muchas gracias oficial, sí reconocemos que la regamos, pero ahora qué hacemos, no nos lleve, por favor. ―La voz era de Julia.
―Miren, a mí el dinero que me ofrecen no me hace falta, yo tengo mi sueldo. ¿Pero saben qué? Se los voy a aceptar, nomás para que aprendan la lección y se cuiden. ¡Carajo!, si andan tan calientes vayan a su casa, a un hotel, pero no en la vía pública. ¿De acuerdo?
Sin un centavo, caminamos varias cuadras hasta dar con un cajero. Saqué un poco de plata, suficiente para pagar el taxi que la llevara a su casa y luego a la mía; y un poco más, para simular que yo pagaría la mordida al oficial. Pero Julia no aceptó, estaba aún temblando y sólo quería estar en su cuarto, del que no debió haber salido. Yo creo que eso pensaba, seguro.
En el trayecto a su hogar me planteó el hecho de que el polizonte se había quedado con nuestras direcciones (las anotó antes de regresarnos las id), lo que le asustaba en demasía. “No pasa nada, ya nos sacó dinero, ya, tranquila yuli” (le encabronaba que le dijera así, pero era tal su pasmo que ni lo notó, ja).
―Te veo luego ―dijo antes de darme un beso seco―
El último, porque a partir de esa noche Julia dejó de ser mi novia, dejó de ser mi amante y hasta dejó de ser mi amiga.
Puta madre, cuánta Razón tenía
Diana.