viernes, 18 de febrero de 2011

Los Ángeles Negros

Luego de la Tercera Guerra, era evidente que nada peor podría pasarle a la humanidad. Los bombardeos entre europeos, americanos y asiáticos devastaron cientos de ciudades y dejaron miles de víctimas mortales, mientras que los sobrevivientes tuvieron que resignarse a caminar entre las ruinas, inhalando el polvo envenenado que se levantaba por todas partes.
Pobreza, hambre, escases de alimentos, desnutrición, edificios destruidos, ríos intoxicados, aire impuro y militares al frente de los gobiernos formaban parte del nuevo orden mundial, una realidad más cercana al onirismo pesadillesco que a las utopías alguna vez planteadas por activistas, estudiantes y ecologistas.
En esa Tierra moribunda sólo sobreviviría aquel que fuera más rapaz, apenas había lugar para el cínico, el desvergonzado que sin ningún sentimiento de culpa le quitara al otro la comida, para quien no sintiera remordimiento por descobijar al anciano y dejarlo morir como sólo se puede dejar morir a un insecto sin acta de bautizo.

Pero no a todos les fue tan mal. Los más acaudalados empresarios que lograron ponerse a salvo en impenetrables bunkers, escaparon sin pensarlo dos veces. Emigraron al planeta más cercano y ahí comenzarían a gestar una nueva civilización con la ayuda de los nativos ya conquistados y con decenas de esclavos fabricados en naves robóticas, una industria que siguió operando en la clandestinidad aún en tiempos de belicismo.
Eso era el Mundo: un lugar arruinado que no podría estar peor. Y sin embargo, faltaba lo peor.
En una noche de crudo invierno el noticiero estelar anunció la presentación en vivo de un invitado poco común. El ser más temido a lo largo de la historia, la oscuridad hecha carne, el representante de la maldad… el señor de las tinieblas.
Moreno, de cabello crespo y ojos hundidos, el Diablo agradeció la hospitalidad del conductor y entonces miró fijamente a la cámara para lanzar una advertencia: a partir de ese momento, su ejército de ángeles negros ocuparía las calles del mundo para llenarlas de drogas adictivas, de pandilleros y asesinos, de policías despiadados que no tolerarían ninguna violación al fáctico toque de queda impuesto desde el mismísimo infierno.

En los siguientes días, Satanás ocupó la antigua Casa Blanca y desde ahí daba enloquecidas órdenes a su milicia para que sembraran el terror en ciudades y pueblos, para que hicieran sentir el peso de su maldad. Los ángeles negros, hospedados en el Infierno por sus malas conductas en la Tierra, trataron de hacer su trabajo lo mejor posible: estaban bien armados, mostraban  frialdad a toda prueba y no había en ellos ningún sentimiento de culpa. Eran, en resumen, un inmejorable grupo de malditos, una horda de sicarios sin corazón.
Al cabo de varias semanas Belcebú se dio por vencido. Su ejército de ángeles negros se fue exterminando poco a poco debido a que no podían respirar aquel aire intoxicado; el agua impura destrozó sus hígados y la comida alterada con químicos reventó su páncreas e intestinos. Sus pulmones fueron demolidos por consumir cigarrillos hechos con veneno para ratas y varios de ellos murieron contagiados por enfermedades de transmisión sexual, todo por revolcarse con prostitutas sin certificado médico.
Así, al Rey de las Tinieblas no le quedó más remedio que renunciar a la conquista del mundo. Enfermo de las vías respiratorias y casi ciego por ingerir bebidas alteradas, hizo las maletas y emprendió el regreso al Infierno.
Se fue por la puerta de atrás y con la cola entre las patas. 

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